viernes, 2 de mayo de 2014

LA VIDA DE LOS OTROS


Dejarse poseer por el espíritu de algún familiar o alguna persona que se está apoderando de mis actos es responsabilidad propia. Quien se deja poseer es uno mismo.



Dejarse poseer por el espíritu de algún familiar o alguna persona que se está apoderando de mis actos es responsabilidad propia. Quien se deja poseer es uno mismo. Quien le da el poder a un ser cualquiera, sea padre, madre, estrella de rock, abuelo, maestro, amigo, tío, actriz, gobernador o modelo de pasarela, es al fin y al cabo uno mismo. Ya no somos niños ni adolescentes. Ahora si tenemos el control sobre nuestras vidas.  Ahora si podemos elegir a que prestarle atención.
Habría que preguntarse ¿Qué mandatos familiares se están apoderando de mis actos? Quien es el que está actuando? A quien estoy imitando? No se trata solo de venderle el alma al diablo, se le puede vender el alma al tío, a un ser encantador, al tipo de la publicidad que veo en la televisión, a un compañero de trabajo, etc. Y gratis! O peor aun, pagando un precio alto. Ser el otro.
Si es mi propia esencia la que está caminando por la vida y es mi corazón el que me está llevando, estaré recorriendo mi propio camino. Malo, bueno, pero mío al fin. Ahora, si el que está dirigiendo mis actos es otro, estoy en problemas.
Puedo tomar consciencia sobre quien es el que se está apoderando de mi? A quien estoy repitiendo? Qué es lo que estoy repitiendo?
Hacer consciente esa inconsciencia puede ser revelador. Identificar la vida de quien estamos viviendo es un paso. Soltar a esa persona de la nuestra, es un salto. Un salto a vivir nuestra propia vida. Y no confundir desprenderse con escapar. Desprenderse es sacar esencialmente lo que está impidiendo que uno sea uno hacia afuera. Escapar será simplemente alejarse del cuerpo físico de quienes creemos que nos están haciendo daño. Primero habrá que soltarlos, luego se alejarán solos porque no tendrán nada que hacer a nuestro lado.


                                                                                                                           POR GUSTAVO LEVIN