Cuando pensamos en niños de la edad en comienzan a andar, o tenemos la bendición de experimentarlos nosotros mismos, llegamos a la conclusión de que siempre están en movimiento, nunca queriendo detenerse. Van por cada día con más entusiasmo que un adulto puede imaginar y nunca se cansan.
Navegan sus primeros años a menudo sin problemas y con una sonrisa en sus rostros. Los niños parecen tener algo que los adultos perdimos en el camino.
Tienen la habilidad de perdonar rápidamente, no preocuparse mucho y frustrarse por las cosas y simplemente disfrutar las cosas sencillas de la vida, sin darlas por sentado. Nunca guardan rencor y resentimientos contra otros y, si por alguna razón lo hacen, juegan e interactúan con ellos al día siguiente en el área de juegos. He tenido experiencias con mis dos hijas al entrar en su habitación mientras estaban en sus cunas. Saltaban y gritaban felices con grandes sonrisas en sus rostros. A menudo me preguntaba por qué sonreían y se sentían felices.
¿Sería su cumpleaños, Navidad, o estaríamos saliendo de vacaciones para Disney? La respuesta a esas preguntas es no… no era ni su cumpleaños, ni Navidad, ni estábamos yendo a Disney… simplemente estaban entusiasmadas por un nuevo día. ¡Están felices de abrazar un nuevo día y no pueden esperar para comenzarlo! Allí fue que comencé a pensar para mí mismo: ¿Por qué no pueden los adultos comportarse así mismo? ¿Dónde perdimos este entusiasmo por la vida? ¿Podremos recobrarlo y mantenerlo? Demasiadas veces como adultos, olvidamos cómo vivir nuestra vidas felizmente y los días parecen escurrírsenos.
Tienen la habilidad de perdonar rápidamente, no preocuparse mucho y frustrarse por las cosas y simplemente disfrutar las cosas sencillas de la vida, sin darlas por sentado. Nunca guardan rencor y resentimientos contra otros y, si por alguna razón lo hacen, juegan e interactúan con ellos al día siguiente en el área de juegos. He tenido experiencias con mis dos hijas al entrar en su habitación mientras estaban en sus cunas. Saltaban y gritaban felices con grandes sonrisas en sus rostros. A menudo me preguntaba por qué sonreían y se sentían felices.
¿Sería su cumpleaños, Navidad, o estaríamos saliendo de vacaciones para Disney? La respuesta a esas preguntas es no… no era ni su cumpleaños, ni Navidad, ni estábamos yendo a Disney… simplemente estaban entusiasmadas por un nuevo día. ¡Están felices de abrazar un nuevo día y no pueden esperar para comenzarlo! Allí fue que comencé a pensar para mí mismo: ¿Por qué no pueden los adultos comportarse así mismo? ¿Dónde perdimos este entusiasmo por la vida? ¿Podremos recobrarlo y mantenerlo? Demasiadas veces como adultos, olvidamos cómo vivir nuestra vidas felizmente y los días parecen escurrírsenos.
A veces la gente tiende a deprimirse, es triste decirlo, sobre una variedad de cosas que están más allá de su control como el clima, o algo que vivieron en su pasado, o aún algo tan tonto como el que alguien les halla hablado sobre ello junto a la fuente de agua.
A veces la gente no vive solo un día así, sino muchos. No saben que no pueden recobrar esos días jamás. Continuamente sollozan y se enfurruñan y, en el interino, intentan llevar a otros a su nivel.
No estamos en esta tierra para sentirnos miserables, sino con propósito: para tomar cada día y sacarlo lo mejor. Para enfrentar nuevos desafío y crecer por ellos. Para regar nuestro gozo y felicidad cosa de que otros sean infectados por ellos.
Nosotros y nuestras emociones somos contagiosos a la gente que nos rodea, sean extraños o seres amados. Como niños en este planeta, necesitamos conquistar el día. No estamos aquí por la eternidad sino por un tiempo corto.
Hoy, volvamos a cuando éramos niños y vivamos sin la problemática melancolía que parece tragarnos a veces. Cuando nos levantemos en la mañana, no estemos malhumorados y tristes ya que es demasiado temprano.
Saltemos de la cama y comencemos el día corriendo como niños. Hagamos de un nuestro un día una clase de juego y cuando venga mañana, juguémoslo de nuevo, solo que mejor.
La vida se nos viene encima muy rápido y al hacerlo, necesitamos estar listos. Antes de darnos cuenta, nuestros hijos tendrán hijos y nuestro tiempo en esta tierra llegará a su fin. No sé ustedes, pero yo siempre quiero tener la libertad mental de un niño y jugar cada día este juego de la vida. Reflexionaré sobre mis pérdidas y no me preocuparé, sino buscaré el conocimiento que necesito para que nunca pase de nuevo. ¡En verdad no quiero crecer!
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