domingo, 13 de mayo de 2012

La carga del pasado y el cuerpo del dolor

LA CARGA DEL PASADO
La historia de Tanzan y Ekido, dos monjes Zen que caminaban por un sendero rural anegado a causa de la lluvia, ilustra maravillosamente la incapacidad o la falta de voluntad de la mente humana para dejar atrás el pasado. Cuando se acercaban a una aldea, tropezaron con una joven que trataba de cruzar el camino pero no quería enlodar su kimono de seda. Sin pensarlo dos veces, Tanzan la alzó y la pasó hasta el otro lado.

Los monjes continuaron caminando en silencio. Cinco horas después, estando ya muy cerca del templo donde se alojarían, Ekido no resistió más. “¿Por qué alzaste a esa muchacha para pasarla al otro lado del camino?” preguntó. “Los monjes no debemos hacer esas cosas”.
“Hace horas que descargué a la muchacha”, replicó Tazan. “¿Todavía llevas su peso encima?”
Imaginemos cómo sería la vida para alguien que viviera como Ekido todo el tiempo, incapaz de dejar atrás las situaciones del pasado, acumulando más y más cosas. Pues así es la vida para la mayoría de las personas de nuestro planeta. ¡Qué pesada es la carga del pasado que llevan en su mente!
El pasado vive en nosotros en forma de recuerdos, pero estos por sí mismos no representan un problema. De hecho, es gracias a la memoria que aprendemos del pasado y de nuestros errores. Los recuerdos, es decir, los pensamientos del pasado, son problemáticos y se convierten en una carga únicamente cuando se apoderan por completo de nosotros y entran a formar parte de lo que somos. Nuestra personalidad, condicionada por el pasado, se convierte entonces en una cárcel. Los recuerdos están dotados de un sentido de ser, y nuestra historia se convierte en el ser que creemos ser. Ese “pequeño yo” es una ilusión que no nos permite ver nuestra verdadera identidad como Presencia sin forma y atemporal.
Sin embargo, nuestra historia está compuesta de recuerdos no solamente mentales sino también emocionales: emociones viejas que se reviven constantemente. Como en el caso del monje que cargó con el peso de su resentimiento durante cinco horas, alimentándolo con sus pensamientos, la mayoría de las personas cargan durante toda su vida una gran cantidad de equipaje innecesario, tanto mental como emocional. Se auto imponen limitaciones a través de sus agravios, sus lamentos, su hostilidad y su sentimiento de culpa. El pensamiento emocional pasa a ser la esencia de lo que son, de manera que se aferran a la vieja emoción porque fortalece su identidad. Debido a esta tendencia a perpetuar las emociones viejas, casi todos los seres humanos llevan en su campo de energía un cúmulo de dolor emocional, el cual he denominado “el cuerpo del dolor”.
A pesar de eso, tenemos el poder para no agrandar más nuestro cuerpo del dolor. Podemos aprender a no mantener vivos en la mente los sucesos o las situaciones, y atraer nuestra atención continuamente al momento puro y atemporal del presente, en lugar de obstinarnos en fabricar películas mentales. Así, nuestra presencia pasa a ser nuestra identidad, desplazando a nuestros pensamientos y emociones. No hay nada que haya sucedido en el pasado que nos impida estar en el presente; y si el pasado no puede impedirnos estar en el presente, ¿qué poder puede tener?
EL CUERPO DEL DOLOR: INDIVIDUAL Y COLECTIVO
Ninguna emoción negativa que no enfrentemos y reconozcamos por lo que es, puede realmente disolverse por completo. Deja tras de sí un rastro de dolor.
Para los niños en particular, las emociones negativas fuertes son demasiado abrumadoras, razón por la cual tienden a tratar de no sentirlas. A falta de un adulto completamente consciente que los guíe con amor y compasión para que puedan enfrentar la emoción directamente, la única alternativa que le queda al niño es no sentirla. Desafortunadamente, ese mecanismo de defensa de la infancia suele permanecer hasta la edad adulta. La emoción sigue viva y, al no ser reconocida, se manifiesta indirectamente en forma de ansiedad, ira, reacciones violentas, tristeza y hasta en forma de enfermedad física. En algunos casos, interfiere con todas las relaciones íntimas y las sabotea.
Todos los vestigios de dolor que dejan las emociones negativas fuertes y que no se enfrentan y aceptan para luego dejarse atrás, terminan uniéndose para formar un campo de energía residente en las células mismas del cuerpo, el cual está constituido no solamente por el sufrimiento de la infancia, sino también por las emociones dolorosas que se añaden durante la adolescencia y durante la vida adulta, la mayoría de ellas creadas por la voz del ego. El dolor emocional es nuestro compañero inevitable cuando la base de nuestra vida es un sentido falso del ser. Este campo de energía hecho de emociones viejas pero que continúan muy vivas en la mayoría de las personas, es el cuerpo del dolor.
Pero el cuerpo del dolor no es solamente individual. También participa del sufrimiento experimentado por un sinnúmero de seres humanos a lo largo de una historia de guerras tribales, esclavitud, rapacería, violaciones, torturas y otras formas de violencia. Ese sufrimiento permanece vivo en la psique colectiva de la humanidad y se acrecienta día tras día como podemos comprobarlo viendo los noticieros u observando el drama de las relaciones humanas. En el cuerpo colectivo del dolor seguramente está codificando el ADN de todos los seres humanos, aunque todavía no se haya podido demostrar.
DE CÓMO SE RENUEVA EL CUERPO DEL DOLOR
El cuerpo del dolor es una forma semiautónoma de energía, hecha de emociones, que vive en el interior de la mayoría de los seres humanos. Al igual que todas las formas de vida, necesita alimentarse periódicamente (absorber nueva energía) y su alimento es la energía compatible con la suya propia, es decir, la energía que vibra en una frecuencia semejante. Toda energía emocionalmente dolorosa puede convertirse en alimento para el cuerpo del dolor. Es por eso que tanto le agradan al cuerpo del dolor los pensamientos negativos y el drama de las relaciones humanas. El cuerpo del dolor es una adicción a la infelicidad.
Es probable que usted se sienta sorprendido al saber por primera vez que hay algo en su interior que busca periódicamente la negatividad emocional y la infelicidad. Es preciso estar más conscientes para verlo en nosotros mismos que para verlo en los demás. Una vez que la infelicidad se apodera de nosotros, no solamente no deseamos ponerle fin sino que tratamos de que los otros se sientan tan infelices como nosotros a fin de alimentarnos de sus reacciones emocionales negativas.
En la mayoría de los casos, el cuerpo del dolor tiene una fase activa y otra latente. Cuando está latente olvidamos fácilmente que llevamos una nube negra o un volcán dormido en nuestro interior, dependiendo del campo de energía de nuestro cuerpo del dolor en particular. El período que permanece latente varía de una persona a otra: unas cuantas semanas es lo más común, pero puede también ser unos cuantos días o unos meses. En algunos casos infrecuentes, el cuerpo del dolor puede permanecer en estado de hibernación durante años hasta que algún suceso lo despierta.
Por Eckhart Tolle

lunes, 7 de mayo de 2012

Mentalidad de niño


Cuando pensamos en niños de la edad en comienzan a andar, o tenemos la bendición de experimentarlos nosotros mismos, llegamos a la conclusión de que siempre están en movimiento, nunca queriendo detenerse. Van por cada día con más entusiasmo que un adulto puede imaginar y nunca se cansan.
Navegan sus primeros años a menudo sin problemas y con una sonrisa en sus rostros. Los niños parecen tener algo que los adultos perdimos en el camino.
Tienen la habilidad de perdonar rápidamente, no preocuparse mucho y frustrarse por las cosas y simplemente disfrutar las cosas sencillas de la vida, sin darlas por sentado. Nunca guardan rencor y resentimientos contra otros y, si por alguna razón lo hacen, juegan e interactúan con ellos al día siguiente en el área de juegos.

He tenido experiencias con mis dos hijas al entrar en su habitación mientras estaban en sus cunas. Saltaban y gritaban felices con grandes sonrisas en sus rostros. A menudo me preguntaba por qué sonreían y se sentían felices.
¿Sería su cumpleaños, Navidad, o estaríamos saliendo de vacaciones para Disney? La respuesta a esas preguntas es no… no era ni su cumpleaños, ni Navidad, ni estábamos yendo a Disney… simplemente estaban entusiasmadas por un nuevo día. ¡Están felices de abrazar un nuevo día y no pueden esperar para comenzarlo! Allí fue que comencé a pensar para mí mismo: ¿Por qué no pueden los adultos comportarse así mismo? ¿Dónde perdimos este entusiasmo por la vida? ¿Podremos recobrarlo y mantenerlo?

Demasiadas veces como adultos, olvidamos cómo vivir nuestra vidas felizmente y los días parecen escurrírsenos.
A veces la gente tiende a deprimirse, es triste decirlo, sobre una variedad de cosas que están más allá de su control como el clima, o algo que vivieron en su pasado, o aún algo tan tonto como el que alguien les halla hablado sobre ello junto a la fuente de agua.
A veces la gente no vive solo un día así, sino muchos. No saben que no pueden recobrar esos días jamás. Continuamente sollozan y se enfurruñan y, en el interino, intentan llevar a otros a su nivel.

No estamos en esta tierra para sentirnos miserables, sino con propósito: para tomar cada día y sacarlo lo mejor. Para enfrentar nuevos desafío y crecer por ellos. Para regar nuestro gozo y felicidad cosa de que otros sean infectados por ellos.
Nosotros y nuestras emociones somos contagiosos a la gente que nos rodea, sean extraños o seres amados. Como niños en este planeta, necesitamos conquistar el día. No estamos aquí por la eternidad sino por un tiempo corto.

Hoy, volvamos a cuando éramos niños y vivamos sin la problemática melancolía que parece tragarnos a veces. Cuando nos levantemos en la mañana, no estemos malhumorados y tristes ya que es demasiado temprano.
Saltemos de la cama y comencemos el día corriendo como niños. Hagamos de un nuestro un día una clase de juego y cuando venga mañana, juguémoslo de nuevo, solo que mejor.
La vida se nos viene encima muy rápido y al hacerlo, necesitamos estar listos. Antes de darnos cuenta, nuestros hijos tendrán hijos y nuestro tiempo en esta tierra llegará a su fin. No sé ustedes, pero yo siempre quiero tener la libertad mental de un niño y jugar cada día este juego de la vida. Reflexionaré sobre mis pérdidas y no me preocuparé, sino buscaré el conocimiento que necesito para que nunca pase de nuevo. ¡En verdad no quiero crecer!