martes, 4 de diciembre de 2018
viernes, 16 de noviembre de 2018
viernes, 19 de octubre de 2018
Nadie pierde por dar amor, pierde quien no sabe recibirlo
Nadie pierde por dar amor, porque ofrecerlo con sinceridad, con pasión y delicado afecto nos dignifica como personas. En cambio, quien no sabe recibirlo ni cuidar ese inmenso regalo es quien pierde de verdad. Por ello recuerda, nunca te arrepientas de haber amado y haber perdido, porque lo peor es no saber amar.
Afortunadamente la neurociencia va ofreciéndonos día tras día reveladoras informaciones que nos explican por qué actuamos como actuamos en esto del amor. Lo primero que conviene recordar es que el cerebro humano no está preparado para la pérdida, nos supera, nos inmoviliza y nos enclaustra durante un tiempo en el palacio del sufrimiento.
Estamos programados genéticamente para conectar entre nosotros y para construir lazos emocionales con los que sentirnos seguros, con los que edificar un proyecto. Es así como hemos sobrevivido como especie, “conectando”, de ahí que una pérdida, una separación e incluso un simple malentendido haga que salte al instante la señal de alarma en nuestro cerebro.
Ahora bien, otro aspecto complejo sobre el tema de las relaciones afectivas es el modo en el que afrontamos dicha separación, dicha ruptura. Desde un punto neurológico cabe decir que empiezan a liberarse al instante las hormonas del estrés, conformando en muchos casos lo que se conoce como “el corazón roto“. Sin embargo, desde un punto emocional y psicológico, lo que sienten muchas personas es otro tipo de realidad.
No solo experimentan el dolor por la falta del ser amado. Sienten una pérdida de energía, de aliento vital. Es como si todo el amor dado, todas las esperanzas y afectos dedicados a esa persona se hubieran ido también, dejándolos vacíos, yermos, marchitos…
Entonces… ¿cómo volver a amar de nuevo si lo único que habita en nuestro interior es el polvo de un mal recuerdo? Es necesario que afrontemos estos momentos de otro modo. Te hablamos de ello a continuación.
Dar amor o evitar amar de nuevo
Todos nosotros somos un delicado y caótico compendio de historias pasadas, de emociones vividas, de amarguras soterradas y miedoscamuflados. Cuando se inicia una nueva relación nadie lo hace enviando previamente todas sus experiencias pasadas a la papelera de reciclaje. Nadie empieza de “0”. Todo está ahí, y el modo en que hayamos gestionado nuestro pasado hará que vivamos un presente afectivo y emocional con mayor madurez, con mayor plenitud.
“Es mejor haber amado y perdido
que nunca haber amado en absoluto”
-Alfred Lord Tennyson-
Ahora bien, el hecho de haber vivido en piel propia una amarga traición o, sencillamente, percibir que el amor se ha apagado en el corazón de nuestra pareja cambia mucho el modo en que vemos las cosas. Dar amor con intensidad durante una época determinada, para después quedarnos vacíos y enclaustrados en la habitación de los recuerdos y las ilusiones perdidas, cambia muchas veces la arquitectura de nuestra personalidad.
No falta quien se vuelve desconfiado, e incluso quien desarrolla poco a poco la gélida y férrea coraza del aislamiento donde interiorizar el clásico mantra de “mejor no amar para no sufrir“. Sin embargo, es necesario derribar una idea básica en estos procesos de lenta “autodestrucción”.
Nunca debemos arrepentirnos de haber amado, de habernos arriesgado a un todo o nada por esa persona. Son esos actos los que nos dignifican, los que nos hacen ser humanos y maravillosos a la vez. Vivir es amar y amar es dar sentido a nuestras vidas a través de todas las cosas que hacemos: nuestro trabajo, nuestras aficiones, nuestras relaciones personales y afectivas…
Si renunciamos a amar o nos arrepentimos por haberlo ofrecido, renunciamos también a la parte más hermosa de nosotros mismos.
Todos nosotros somos un delicado y caótico compendio de historias pasadas, de emociones vividas, de amarguras soterradas y miedoscamuflados. Cuando se inicia una nueva relación nadie lo hace enviando previamente todas sus experiencias pasadas a la papelera de reciclaje. Nadie empieza de “0”. Todo está ahí, y el modo en que hayamos gestionado nuestro pasado hará que vivamos un presente afectivo y emocional con mayor madurez, con mayor plenitud.
“Es mejor haber amado y perdido
que nunca haber amado en absoluto”
-Alfred Lord Tennyson-
Ahora bien, el hecho de haber vivido en piel propia una amarga traición o, sencillamente, percibir que el amor se ha apagado en el corazón de nuestra pareja cambia mucho el modo en que vemos las cosas. Dar amor con intensidad durante una época determinada, para después quedarnos vacíos y enclaustrados en la habitación de los recuerdos y las ilusiones perdidas, cambia muchas veces la arquitectura de nuestra personalidad.
No falta quien se vuelve desconfiado, e incluso quien desarrolla poco a poco la gélida y férrea coraza del aislamiento donde interiorizar el clásico mantra de “mejor no amar para no sufrir“. Sin embargo, es necesario derribar una idea básica en estos procesos de lenta “autodestrucción”.
Nunca debemos arrepentirnos de haber amado, de habernos arriesgado a un todo o nada por esa persona. Son esos actos los que nos dignifican, los que nos hacen ser humanos y maravillosos a la vez. Vivir es amar y amar es dar sentido a nuestras vidas a través de todas las cosas que hacemos: nuestro trabajo, nuestras aficiones, nuestras relaciones personales y afectivas…
Si renunciamos a amar o nos arrepentimos por haberlo ofrecido, renunciamos también a la parte más hermosa de nosotros mismos.
Sanar el amor perdido
Según un estudio llevado a cabo en la University College London,existen ciertas diferencias entre hombres y mujeres a la hora de afrontar una ruptura afectiva. La respuesta emocional parece ser muy distinta. Las mujeres sienten mucho más el impacto de la separación, sin embargo es común que se repongan antes que los hombres.
Ellos, por su parte, suelen aparentar estar bien, se visten con la máscara de la fortaleza refugiándose en sus ocupaciones y responsabilidades. Sin embargo, no siempre logran superar esa ruptura o tardan años en hacerlo. ¿La razón? El sexo femenino suele disponer de mejores habilidades para gestionar su mundo emocional. Facilitar el desahogo, buscar apoyo y afrontar lo ocurrido desde una perspectiva donde se halla el perdón y la actitud de pasar página suele hacer las cosas más fáciles.
Sea como sea, y más allá de los géneros o del motivo que haya originado esa ruptura, quedan claras algunas cosas que es necesario inocular en nuestro corazón a modo de vacuna. Ningún fracaso emocional debe vetarnos nuestra oportunidad de ser felices de nuevo. Digamos “no” a ser esclavos del pasado y eternos cautivos del sufrimiento.
Otro aspecto que es bueno recordar es que amar no es sinónimo de sufrir. No alimentemos esperanzas o alarguemos el “chicle” de una relación que de antemano tiene fecha de caducidad. Una retirada a tiempo salva corazones y un adiós valiente cierra una puerta para abrir otra, esa donde el amor se conjuga siempre con la palabra FELICIDAD.
Por Valeria Sabater
Según un estudio llevado a cabo en la University College London,existen ciertas diferencias entre hombres y mujeres a la hora de afrontar una ruptura afectiva. La respuesta emocional parece ser muy distinta. Las mujeres sienten mucho más el impacto de la separación, sin embargo es común que se repongan antes que los hombres.
Ellos, por su parte, suelen aparentar estar bien, se visten con la máscara de la fortaleza refugiándose en sus ocupaciones y responsabilidades. Sin embargo, no siempre logran superar esa ruptura o tardan años en hacerlo. ¿La razón? El sexo femenino suele disponer de mejores habilidades para gestionar su mundo emocional. Facilitar el desahogo, buscar apoyo y afrontar lo ocurrido desde una perspectiva donde se halla el perdón y la actitud de pasar página suele hacer las cosas más fáciles.
Sea como sea, y más allá de los géneros o del motivo que haya originado esa ruptura, quedan claras algunas cosas que es necesario inocular en nuestro corazón a modo de vacuna. Ningún fracaso emocional debe vetarnos nuestra oportunidad de ser felices de nuevo. Digamos “no” a ser esclavos del pasado y eternos cautivos del sufrimiento.
Otro aspecto que es bueno recordar es que amar no es sinónimo de sufrir. No alimentemos esperanzas o alarguemos el “chicle” de una relación que de antemano tiene fecha de caducidad. Una retirada a tiempo salva corazones y un adiós valiente cierra una puerta para abrir otra, esa donde el amor se conjuga siempre con la palabra FELICIDAD.
Por Valeria Sabater
sábado, 8 de septiembre de 2018
3 dificultades psicológicas que generan problemas de pareja
Parece una regla: cuando tenemos problemas importantes no resueltos con nosotros mismos también solemos generarlos con los demás. En particular, es claro que hay algunas dificultades psicológicas que se convierten en caldo de cultivo para determinados problemas de pareja. Se trata de inconvenientes de orden subjetivo que impiden la buena marcha de las relaciones.
El obstáculo, o más bien la tentación, estriba en que, sin darnos cuenta, intentamos llenar vacíos o resolver problemas muy personales depositando todo su peso en la pareja. Como en muchos casos esto es imposible, no solo no logramos nuestro cometido, sino que además podemos llegar a dañar la relación con esas expectativas neuróticas.
Lo más complicado es que todo esto se da en el terreno de lo inconsciente. Por eso nunca terminamos de identificar las dificultades psicológicas que generan problemas de pareja. Solo percibimos sus consecuencias y, usualmente, buscamos la causa en otro lado. Veamos en detalle tres dificultades de ese tipo.
“La señal de que no amamos a alguien es que no le damos todo lo mejor que hay en nosotros”.
-Paul Claudel-
1. Ausencia emocional, una de las dificultades psicológicas que generan problemas de pareja
La ausencia emocional es, sin duda alguna, una de las principales dificultades psicológicas que generan problemas de pareja. Se define como la falta de disposición emocional para atender las necesidades de la otra persona que compone la pareja. En otras palabras, apatía e indiferencia frente a lo que le sucede.
En muchas ocasiones esto no ocurre deliberadamente. Simplemente la persona pudo haber tenido un estilo de crianza en el cual era el centro de atención. O todo lo contrario, pudo padecer los rigores del abandono emocional. En ambos casos se produce una especie de bloqueo frente a la capacidad para establecer cercanía emocional con los otros.
A veces esas barreras logran levantarse por un tiempo, pero luego aparecen de nuevo. Es entonces cuando uno de los miembros de la pareja, o ambos se encierra en una burbuja y no logra ver las necesidades del otro. Su carencia o su egocentrismo son tan fuertes que no les permiten mirar más allá de sus propios requerimientos.
2. Ver a una madre o a un padre en la pareja
Esta es otra de esas dificultades psicológicas que genera problemas de pareja con frecuencia. Lo saludable es que el proceso de crecimiento haya traído consigo un desapego progresivo de las figuras paternas. Esto debería conducir a una autonomía paulatina, en donde la persona se vea con capacidad para influir sobre su propio destino.
A veces eso no ocurre. Si alguien fue educado de una manera dependiente, de no superarlo, es muy probable que no solo busque en la pareja un “partner”, sino también una fuente de protección, apoyo y cuidado. De este modo, comienzan a distorsionarse los roles.
Sucede entonces que alguien resulta ser muy demandante con su pareja. No le exige solo disponibilidad emocional, sino también incondicionalidad. Además, es posible que espere que su pareja se haga cargo de las situaciones difíciles, o que tenga que lidiar con los aspectos problemáticos de la relación tal y como lo haría una madre o un padre.
3. Falta de equilibrio entre el recibir y el dar
Es una dificultad que muchas veces aparece de manera simultánea con las dos anteriores. Tiene que ver con la falta de equidad entre el dar y el recibir. Tanto lo uno como lo otro, en exceso, terminan por generar fuertes grietas en una relación, al punto de destruirla.
Hay quienes se esmeran en dar. Exageran en esa conducta al extremo que asfixian al otro con sus mimos, atenciones y disponibilidad absoluta. No le dejan dar. No le dejan aportar en la construcción de la relación. A la vez, lo usual es que, en algún punto, quien da de más, espere que el otro haga lo mismo. Si esto no ocurre, se siente defraudado y hasta estafado. Esta situación también termina minando el amor. Para que se sostenga tiene que haber algo de vacío, de carencia, ya que eso es lo que alimenta el deseo.
Así mismo, están los que solo quieren recibir. Son niños grandes que no esperan ser amados, sino adoptados por el otro. Se sienten desvalidos y creen que es obligación de su pareja el compensar su vulnerabilidad.
Las dificultades psicológicas que generan problemas de pareja nos hablan de procesos individuales incompletos. El amor adulto exige generosidad, madurez, paciencia y flexibilidad. Todo ello debe ser mutuo para que la relación se afiance y perdure. De no ser así, hasta los más grandes amores terminan sucumbiendo ante la contaminación neurótica.
Por Edith Sanchez
Escritora y periodista colombiana.
sábado, 4 de agosto de 2018
Dejar fluir, el arte de no ir en contra de la corriente
Cada experiencia que vivimos influye en nuestra forma de actuar, sentir y pensar. De algún modo, nos transforma, ya sea poco a poco o a pasos agigantados; todo depende de la importancia que le otorguemos. El problema es cuando las circunstancias que vivimos nos golpean tan fuerte que son capaces de tambalearnos y de poner nuestro mundo patas arriba y de repente, no sabemos cómo actuar porque nos encantaría que todo fuera de otra manera. Las expectativas pueden hacernos mucho daño.
A veces nos obsesionamos con que todo salga perfecto, es decir, tal y como habíamos pensado. Nos aferramos a un escenario de futuro ideal en el que todas las piezas del puzzle encajan a la perfección esperando a que en la realidad suceda tal cual. La cuestión es que cuando esta llega con sus imperfecciones, nos damos cuentan que hay muchas piezas que no encajan, otras tantas que faltan y algunas que jamás habíamos pensado en ellas. Por ello, nos sentimos frustrados, perdidos e incómodos.
Ahora bien, ¿quién nos aseguró que todo saldría perfecto? Nadie. Tan solo fue una suposición de nuestra mente, una historia que esta nos contaba para dejarnos tranquilosy librarse así de esa incómoda sensación de inseguridad. Lo cierto es que la perfección no siempre es el mejor camino. Obcecarnos en que las cosas sucedan como deseamos puede ser uno de los mayores obstáculos en nuestro camino. Entonces, ¿qué hacer?
Dejar fluir. Así es. Dejarnos sorprender y aceptar lo que la vida nos trae puede ser una maravillosa opción si la vivimos desde la responsabilidad y el compromiso. Pero, ¿de qué trata exactamente esta actitud? A continuación lo explicamos. ¿Estás preparado?
“El sabio busca no hacer, deja que las cosas sigan su curso”.
-Carl Jung-
Dejar fluir es recibir con amor lo que la vida te trae
Nadar en contra de la corriente conlleva el riesgo de ahogarnos si no estamos muy experimentados. Es como si nos quedáramos atrapados en una tormenta infinita. Por un lado, nos esforzamos demasiado, quedándonos sin energía y agotados y por otro, mantenemos la esperanza de que las circunstancias cambien y podamos conseguirlo. En cambio, si practicamos el arte de dejar fluir todo resultará más sencillo.
Dejar fluir significa dejar que el carrete del hilo se vaya desatando. Es aceptar en lugar de luchar, aprovechar la corriente para dirigirnos hacia donde deseamos. Esto implica dejarnos sorprender por lo que pasa en cada momento, en lugar de planificar al máximo.
Dejar fluir es todo un arte, un maravilloso reto que nos hará más libres.
Se trata de recibir con amor y aceptación lo que la vida nos traiga, sabiendo extraer el aprendizaje de cada experiencia y sobre todo, de ser conscientes de que es imposible controlarlo todo. De esta manera, cuando nos dejamos sorprender, comenzaremos a disfrutar cada momento. Además, nos libraremos de la frustración generada por el choque entre lo que habíamos imaginado y lo que en realidad pasa.
Si intentamos controlar lo que va a suceder, además de tiempo, gastaremos energía porque la mayoría de variables escapan a nuestro control. Ahora bien, si cultivamos la actitud de la paciencia y esperamos a ver qué pasa, será mucho más fácil que la angustia y la preocupación desaparezcan porque dejamos de focalizarnos en el futuro para estar en el presente.
¿Cómo dejar fluir?
Dejar fluir es el arte de dejarse llevar, recibir gratamente a la sorpresa y liberar a su vez los miedos que nos impiden seguir creciendo. Es vivir el presente en toda regla. Existen muchas formas de practicar este maravilloso arte. Estas son algunas de las más efectivas.
Practicar la aceptación. Es el primer paso para que el fluir entre a formar parte de nuestra filosofía de vida. Aceptar lo que sucede a nuestro alrededor, en lugar de luchar en su contra es la premisa básica. A menudo nos empeñamos en que las circunstancias sucedan como esperamos y las personas actúen como habíamos pensado pero esto tan solo es un engaño de nuestra mente. Puede suceder o no. Por ello, no hay nada que esperar, sino que aceptar y a partir, decidiremos qué hacer.
Conectar con el presente. Vivir en el aquí y ahora, en conexión con cada instante nos permite fluir porque nos libera del peso del pasado y las expectativas del futuro.
Extraer aprendizajes. Si sacas fruto de cada experiencia, aunque esta no sea demasiado agradable, será más fácil dejar fluir. De todo y de todos podemos aprender, no lo olvidemos.
Abrirse a lo inesperado. Cada momento es único. En lugar de rechazar aquello que no conocemos, ¿por qué no nos arriesgamos? Eso sí, desde la responsabilidad y el compromiso por supuesto.
Meditar. La meditación es un poderosos ejercicio para comenzar a entrar en contacto con uno mismo, para indagar en nuestro interior y despertar. Gracias a ella desarrollaremos mucho más nuestra sensibilidad y por supuesto, conectaremos con el presente.
Cuando hayamos comenzado a dejar fluir, cada vez será más fácil no ir en contra de la corriente. Hay cosas por las que no podemos luchar, y gastamos mucho tiempo, energía y enfados intentando forzar a que se den como queremos. Siendo pacientes y dejando que el camino nos vaya mostrando por dónde ir, podríamos vivir con mayor plenitud.
Beneficios de dejar fluir
1No ir en contra de la corriente es una buena opción para vivir plenamente. Además, esta práctica nos ofrece importantes beneficios como los siguientes:
Armonía. Dejar fluir nos abre la puerta a la tranquilidad y la calma, a la posibilidad de saborear la armonía de todo lo que nos rodea, al estar abiertos a lo que suceda siendo conscientes de que no todo depende de nosotros únicamente.
Creatividad. Al permitirnos no nadar en contra de la corriente, vivenciamos los momentos de forma auténtica. De esta forma, podemos tener más libertad a la hora de generar nuevas ideas para optar por nuevos caminos o tomar decisiones mejores.
Relajación. Dejarnos sorprender por lo que acontezca nos ayuda a liberarnos de la culpa y las expectativas, es decir, de esas tensiones que nos obligan a permanecer en un estado de alarma continuo.
Desapego. Cuando dejamos fluir, nos desapegamos de las personas, situaciones o cosas. Dejamos a un lado esa costumbre de aferrarnos para ser felices, soltamos lo que nos hace daño y comenzamos a apreciar el verdadero valor de lo que nos rodea.
Felicidad. Dejar fluir de algún modo nos acerca a ese sentimiento que tanto ansiamos y que se encuentra en nuestro interior: la felicidad. Al estar en calma, sin apegos y conectados con el presente será mucho más fácil ser felices.
Dejar fluir es soltar, es permitir que sucedan las cosas, aprendiendo de ellas tal y como son, apreciando cada experiencia, cada instante. Todo tiene su momento en nuestras vidas.
Dejar fluir es todo un arte y tú eres el pintor en esta gran obra que es la vida. Tú decides cómo quieres llevarla. Aprende a recibir cada momento con los brazos abiertos y serás capaz de lograrlo.
“No se trata de tener todas las certezas, sino de aprender a vivir con las incertidumbres. Querer controlar todo enferma. Dejar fluir sana”.
-Anónimo-
Psicóloga y psicoterapeuta
miércoles, 20 de junio de 2018
La necesidad de ser alguien nos aleja de ser uno mismo
En ocasiones, tenemos que pararnos a pensar por qué queremos lo que queremos. Las metas externas fijadas por sentimientos de vanidad o por la necesidad de ser alguien pueden alejarnos de nuestros verdaderos anhelos y sobre todo, de nosotros mismos. ¿Eres la persona que querían que fueras o has conseguido ser quien eres?
La necesidad de ser alguien puede ser más bien, de forma encubierta, la necesidad de tener la aprobación de los demás. Cuando necesitamos que otros nos digan que somos válidos, una vocecita interna puede estar gritándonos que la verdadera razón estriba en que no nos aprobamos. Así, el “ser alguien” es la careta perfecta para que nos sintamos válidos a través de los demás.
Cuando nacemos nos preparan y predisponen para tratar de conseguir logros materiales. En la familia, en el colegio y el contexto social es frecuente el dicho de tienes que ser alguien en la vida. Esto lleva consigo sentimientos de frustración y necesidades insatisfechas. Es cierto que las personas necesitan autorrealizarse, como viene recogido en la teoría de las necesidades de Maslow. Sin embargo, esa motivación no debe generar un bloqueo en la capacidad natural para ser uno mismo.
Ser uno mismo significa tomar contacto con nuestras capacidades y desarrollarlas en base a nuestras potencialidades. Esto es, no basar la motivación en “tener o querer ser alguien en la vida”. Por el contrario, debe surgir del impulso vital y natural de expresarnos, descubrir y buscar salida a uno mismo, siendo tal y como se es, sin tener que disfrazarse de otras formas o personas.
“No soy nadie; soy solo yo mismo. Donde quiera que esté soy algo, y ahora soy algo que no puedes impedir”.
-Ray Bradbury-
¿De dónde procede la necesidad de ser alguien?
¿Por qué hay personas que solo viven para ser alguien? ¿Cómo es que hay otras a las que esto no les ocupa ni un minuto de su pensamiento? Puede ser que los segundos ya saben que son alguien. Por ello, no necesitan valorarse con reglas que solo miden el ego y la vanidad, características que a su vez reflejan un déficit de amor por los demás y un exceso de amor por uno mismo.
Según Edward Young, poeta inglés del prerromanticismo recordado especialmente por su obra Night Thoughts (Pensamientos nocturnos), la vanidad es hija legítima y necesaria de la ignorancia. El hombre, en palabras de este autor, es un ciego que no sabe verse a sí mismo. Sobre esta frase se ha escrito mucho, pero aquí destacamos cómo la vanidad puede cegar tanto al hombre que puede terminar por no saber realmente quién es.
La necesidad de ser alguien nos empuja a valorar a los demás basándonos en sus logros, posesiones, aspecto y otros baremos impuestos por el ego. Pero en realidad, “ser alguien” no tiene nada que ver con méritos externos. Por el contrario, la verdadera meta debería ser descubrir quiénes somos realmente.
“Qué tontos son aquellos que se alejan de lo que es real, verdadero y duradero y en cambio persiguen las formas fugaces del mundo material, formas que son simples reflejos en el espejo del ego”.
-Han Shan-
Si para ser alguien hay que traicionarse, mejor ser uno mismo
La mayoría de personas creen que se han hecho a sí mismas. Las influencias externas, en nuestra mente, no han jugado un papel importante en las metas que nos hemos puesto. Sin embargo, muchas veces obviamos la influencia que los demás tienen sobre lo que queremos.
Muchos de los pacientes que llegan a consulta de un psicólogo acuden aquejados de una crisis existencial. Esta suele venir provocada porque de repente comienzan a plantearse por qué están donde están. Muchas veces, las personas se dan cuenta de que han escogido un camino equivocado después de mucho tiempo dentro del mismo.
En algunas de estas crisis, muchas personas empiezan a ser conscientes de que son todo aquello que antes criticaban. En ocasiones, además, descubren que se parecen a sus padres más de lo que pensaban. Es normal e inherente aprender por observación y adquirir cualidades de los demás. Sin embargo, es necesario tener cuidado: la necesidad de ser alguien puede llevarnos a abandonar nuestros verdaderos sueños.
El ego, el orgullo y la vanidad son sentimientos humanos que no van a desaparecer por arte de magia. Tienen sus funciones adaptativas e incluso son necesarios en determinadas ocasiones. Ahora bien, cuando estos sentimientos condicionan nuestros actos, puede que estemos construyendo una vida que nos han enseñado desde fuera, y no la que nosotros queríamos construir de verdad.
“Sé muy bien de qué estoy escapando pero no qué es lo que estoy buscando”.
-Michel de Montaigne-
Por Fátima Servián Franco
Psicóloga General Sanitaria. Profesora colaboradora en la Universidad Internacional de Valencia y directora del centro de Psicología, Renacer.
sábado, 5 de mayo de 2018
¿Cómo recuperar el ánimo?
Hay días en que despertamos con buen humor, en los que tenemos más energía para afrontar el día a día, más ganas de reírnos y más ganas de comernos el mundo. Podemos pensar que esto sucede porque sí, sin más, pero lo cierto es que nuestros pensamientos y neurotransmisores tienen un papel fundamental. Ahora bien, ¿cómo recuperar el ánimo cuando lo perdemos con facilidad?
Esos días grises, en los que apenas tenemos energía y lo máximo que nos apetece es aislarnos del mundo o incluso, desaparecer no ocurren por casualidad. El bajo estado de ánimo y el malestar suelen tener una razón, un motivo por el cual irrumpen en nuestras vidas. Además, solo a partir de su conocimiento seremos capaces de afrontar de manera adecuada ese manto gris que nos envuelve.
Normalizar, aceptar y aprender de los días más desanimados es fundamental, ya que todos los sentimientos y emociones son importantes. Tan negativo es estar siempre con el ánimo bajo como caer en un exceso de euforia.
“Es más apropiado para un hombre reírse de la vida que lamentarse”.
-Séneca-
-Séneca-
martes, 3 de abril de 2018
Higiene mental: 5 hábitos para una auténtica calidad de vida
¿Y si aprendemos a cuidar de nuestra mente igual que lo hacemos de nuestro cuerpo?La higiene mental se alza como una estrategia de vida con la cual estar en mayor armonía con nuestro entorno. Supone ejercitar el músculo de la autoestima, vencer la resistencia de la apatía, transitar en mayor equilibrio con nuestras emociones y aprender a poner adecuados filtros en nuestro entorno social.
Somos conscientes de que en la actualidad se está popularizando cada vez más esos enfoques orientados a “cuidar” de nuestra mente. Sin duda, hablamos de estrategias como el Mindfulness o incluso el Wellness. Cada uno, desde sus propios orígenes y disciplinas, tienen un mismo fin: conferir un mayor equilibrio entre la mente y el cuerpo para garantizar no solo nuestro bienestar, sino también una mayor sensación de control sobre la propia vida.
“Sin bienestar la vida no es vida; solo es un estado de languidez y sufrimiento”.
-Francois Rabelais-
Bien, tanto si ya nos hemos iniciado en alguna de estas prácticas como si no, vale la pena tener en cuenta unos sencillos aspectos. El bienestar psicológico responde ante todo a una serie de hábitos y estrategias que cada individuo debe aprender a desarrollar en base a sus características. Algo así requiere ante todo voluntad, algo de creatividad y constancia.
Por ello, la higiene mental se convierte en una tarea muy particular donde cada uno debe aprender a ventilar, sanear y oxigenar sus propios escenarios mentales. A su vez, y no menos importante, tampoco debemos olvidar que formamos parte de un escenario físico y social y que también nuestros contextos afectan a nuestro equilibrio.
Por tanto, toda higiene mental requiere de un enfoque holístico, implica saber priorizar, enfocar, filtrar todo estímulo que nos llega para vivir con mayor armonía. Veamos por tanto una serie de estrategias.
1. Higiene mental: aprende a reconocer la chispa antes de que surja la llama
Gran parte de nuestra experiencia emocional parte de “chispas”, de pequeñas ráfagas de sensaciones negativas que colapsan en nuestro cerebro. Estas pequeñas descargas surgen por los desajustes con nuestro entorno. Un comentario que no nos agrada, pero que nos callamos; una propuesta con la que no estamos de acuerdo, pero que cumplimos; una situación que debemos resolver, pero que postergamos…
Pequeñas chispas acumuladas, una tras otra, acaban generando una llama. Nuestra mente se queda sin recursos y al final acabamos “quemados”, agotados en todos los sentidos. Así, una primera estrategia en la que deberíamos invertir tiempo y esfuerzo es en reconocer esos disparadores. Esos estímulos que nos incomodan y que hay que gestionar cuanto antes.
No dejes por tanto para mañana la preocupación que te molesta hoy.
2. Prioridades claras, mejores decisiones
Todo buen deportista conoce su cuerpo, sabe dónde están sus límites y entrena cada día para mantenerse y mejorar su rendimiento. Tal desempeño no surge al azar, sino que responde a una buena planificación donde prioridades y objetivos diarios están claros.
A la hora de cuidar de nuestro cerebro y de nuestra higiene mental, también sería bueno contar con nuestro propio plan, nuestras prioridades cotidianas. Nadie debería por tanto salir de casa sin haberse vestido con un propósito, calzado con unas metas, desayunado con una motivación… Es así como transitamos por nuestros complejos caminos con mayor aplomo para decidir qué nos beneficia y qué nos perjudica, que es aquello que deberíamos dejar a un lado con el fin de garantizar nuestro bienestar.
3. Relaciones basadas en la reciprocidad
Un pilar básico para cuidar y promover nuestra higiene mental es atender al equilibrio de nuestras relaciones. Todo vínculo no equilibrado supone un coste emocional alto. Implica invertir tiempo, ilusiones, esfuerzos y afectos en personas que no nos hacen llegar la misma energía, la misma reciprocidad.
Queda claro que no todas nuestras relaciones van a ser simétricas en lo que se refiere a dar y recibir. Un ejemplo muy marcado de ello lo vemos en la relación entre padres e hijos. Sin embargo, es necesario que nuestros vínculos más importantes (pareja, familia, amigos) se mantengan sobre un equilibrio, y en algunos casos sobre una simetría.
4. Aprender a tolerar la adversidad
Quien se resiste a la adversidad, al fracaso, a la pérdida o al error queda bloqueado en el desánimo, en la rabia, en el malestar. En cambio, la buena higiene mental requiere capacidad de crecimiento y expansión. Algo así solo ocurre cuando uno es capaz de vencer sus resistencias, aprendiendo a ser tolerante con la adversidad, con el lado complejo de la vida, con su vertiente más delicada.
Debemos asumir por tanto los claroscuros de nuestra realidad. Porque toda higiene parte de la capacidad de saber sanar. Y para curar hay que aceptar primero la existencia de una herida sin negarla, sin volverle el rostro o enfadarse cada día con ella.
5. Una mente en equilibrio, una mente centrada
Clifford Saron es un neurocientífico del centro Mente y Cerebro de la Universidad de California. Sus interesantes trabajos se centran en demostrar cómo el entrenamiento de nuestra atención revierte en nuestras emociones. Una mente centrada y en equilibrio se traduce en bienestar y en un cerebro más sano.
Tal y como él mismo nos explica, la mayoría de nosotros no somos conscientes de la gran plasticidad que tienen nuestros circuitos neurológicos. Si aprendemos a centrarnos cada día en el presente, en lo que acontece a nuestro alrededor (y no tanto en el pasado o en ese futuro que aún no existe) veremos mayores posibilidades, nos sentiremos más optimistas y con menor ansiedad.
Para entrenar nuestra atención nos puede ser de gran ayuda aprender a meditar, lo sabemos. Sin embargo, hay otro aspecto que no podemos dejar de lado. Una mente más centrada necesita a su vez un cuerpo más relajado. Por tanto, no descuidemos tampoco hechos tan básicos como favorecer un buen descanso nocturno, hacer alguna siesta de 15 o 20 minutos,caminar, hacer estiramientos para aliviar tensiones musculares, mantener una dieta balanceada…
En resumen, la higiene mental es una fabulosa estrategia de vida que se compone a su vez de diversas actividades. Son dinámicas y hábitos cotidianos enfocados a garantizar nuestro bienestar físico y psicológico. Apliquemos aquellos que más se ajusten a nuestras necesidades y empecemos hoy mismo a invertir en nosotros.
Por Valeria Sabater
Psicóloga y escritora.
sábado, 3 de marzo de 2018
El cuento de la vaquita, cuando la rutina nos limita
La rutina nos atrapa e incluso nos limita. Pero es tan confortable, tan segura y nos acostumbramos tan pronto a ella que lo obviamos. Sin embargo, el cuento de la vaquita es una de esas narraciones que funcionan como un toque de atención. Un despertarhacia aquello que no vemos en nuestra vida diaria, pero que nos afecta más de lo que pensamos.
Gracias a este cuento descubriremos qué significado tiene realmente esa vaquita, qué obtenemos de ella y cuán dependientes podemos volvernos de todo eso que nos brinda. Pero, sobre todo, nos ayudará a descubrir cuál es la vaquita de nuestra vida.
“La rutina es otra forma de morir”.
-Anónimo-
El cuento de la vaquita
El cuento de la vaquita relata la historia de un Maestro de la sabiduría que paseaba por el campo con su discípulo. Un día se encontraron con una humilde casa de madera, habitada por una pareja y sus tres hijos. Todos iban mal vestidos, con ropa sucia y rota. Sus pies estaban descalzos y el entorno denotaba una pobreza extrema.
El Maestro le preguntó al padre de familia cómo hacían para sobrevivir, ya que en aquel paraje no existían industrias ni comercio, ni se veía riqueza por ninguna parte. Con calma, el padre de familia le contestó: “mire usted, nosotros tenemos una vaquita que nos proporciona varios litros de leche cada día. Una parte la vendemos y con el dinero compramos otras cosas y la otra parte la utilizamos para consumo propio. De esta forma sobrevivimos”.
El maestro agradeció la información, se despidió y se fue. Al alejarse le dijo a su discípulo: “busca la vaquita, llévala al precipicio y empújala al barranco”
El joven se quedó espantado, ya que la vaquita era el único medio de subsistencia de aquella humilde familia. Pero pensó que su Maestro tendría sus razones y, con gran pesar, llevó a la vaquita al precipicio y la empujó. Aquella escena se quedó grabada en su mente durante muchos años.
Al cabo del tiempo, el discípulo culpabilizado por lo que había hecho, decidió dejar al Maestro, volver a aquel lugar y disculparse con aquella familia a la que había hecho tanto daño. Al acercarse, observó que todo había cambiado. Una preciosa casa estaba rodeada por árboles donde muchos niños jugaban y había un automóvil aparcado.
El joven se sintió triste y desesperado porque pensó que aquella humilde familia vendió todo para sobrevivir. Cuando preguntó por ellos, le contestaron que seguían allí, que no se habían marchado. Entró corriendo en la casa y se dio cuenta de que estaba habitada por la misma familia que antes. Entonces, le preguntó al padre de familia qué había pasado y este, con una amplia sonrisa, le contestó:
“Teníamos una vaquita que nos proporcionaba leche y con la que sobrevivíamos. Pero un afortunado día la vaquita se cayó por un precipicio y murió. En ese momento nos vimos obligados a hacer otras cosas, a desarrollar otras habilidades que nunca habíamos imaginado poseer. De esta forma comenzamos a prosperar y nuestra vida cambió”.
El confort de hacer “lo de siempre”
Puede que, al igual que el discípulo, nos hayamos quedado horrorizados ante la decisión del Maestro de tirar a la vaquita por el precipicio. Sin embargo, este cuento es una metáfora sobre lo que tenemos que hacer con aquello con lo que nos sentimos muy cómodos en nuestra vida y que al mismo tiempo nos limita.
En el momento en el que esa familia pobre se quedó sin ese sustento al que se aferraban para sobrevivir no les quedó otra que buscar alternativas. Pero, en vez de descubrir más pobreza, encontraron una manera de prosperar, algo que jamás habían imaginado. Si la vaquita nunca hubiese desaparecido de sus vidas, continuarían viviendo en su pobreza, sin salir de ahí, sin creer que podrían llegar más lejos.
Muchas personas agradecen que existan momentos en su vida que, aunque dolorosos y difíciles, les obligan a salir de esa zona de confort en la que se habían instalado y permanecían estancados. Los seres humanos buscamos la seguridad, la comodidad, aquello que no nos haga sentir incertidumbre. Pero, cuando todo esto se viene abajo, descubrimos habilidades y cualidades que jamás nos habíamos imaginado. Estaban dormidas.
El cuento de la vaquita nos insta a buscar aquello que nos está limitando. Puede ser un trabajo que no nos gusta, pero cuyo sueldo a fin de mes nos da seguridad; puede ser la satisfacción de ahorrar para viajar, cuya incertidumbre por posible imprevistos hace que nunca se haga realidad ese viaje…
El cuento de la vaquita es una excelente historia que nos permite reflexionar sobre la manera en la que vivimos. Sobre todo si nos quejamos de cómo es nuestra existencia. No es necesario esperar a que un Maestro llegue para lanzar a esa vaquita que tanto nos limita por un precipicio. Podemos, desde hoy mismo, mirar más allá de nuestras comodidades para ser conscientes del potencial que tenemos. Porque no estamos limitados. Somos nosotros quienes ponemos obstáculos.
Cada uno de nosotros tiene una vaquita en su vida. ¿Cuál es la tuya?
Por Raquel Lemos Rodríguez
Escritora
sábado, 3 de febrero de 2018
El arte de estar bien con uno mismo no tiene precio
Estar bien con uno mismo no tiene precio. Tal artesanía psicológica requiere de dos logros: reconciliarnos con el pasado para apagar ciertas decepciones y dejar de obsesionarnos en el futuro para calmar ansiedades. Sentirse bien es, por encima de todo, aprender a pensar de forma adecuada, centrándonos en un presente donde dar forma a una paz interna que nadie debería perturbar.
Seguramente todos estamos de acuerdo con estas afirmaciones. Sin embargo ¿por qué nos cuesta tanto hallar este equilibrio interno donde sentirnos plenos, donde disfrutar de lo que tenemos y de aquello que nos caracteriza? Lo queramos o no siempre hay algo que falla, algo que nos chirría y que nos impide experimentar un bienestar perdurable, ese que no caduca y se mantiene firme vengan vientos o mareas.
“Ser uno mismo en un mundo que constantemente trata de que no lo seas, es el mayor de los logros”.
-Ralph Waldo Emerson-
El mundo de la psicología ha enfocado siempre sus esfuerzos a facilitarnos ese mismo objetivo. Sin embargo, y todo hay que decirlo, sus inicios fueron algo complejos. Durante mucho tiempo, sus teorías y estrategias buscaron entender casi en exclusiva el universo más patológico. No fue hasta finales de los años 70, cuando figuras como Martin Seligman o Aaron T. Beck generaron un cambio revolucionario a la vez que inspirador.
Martin Seligman, conocido por sus estudios sobre la depresión y la indefensión aprendida, pensó que era necesario dirigir el campo de la psicología hacia una nueva vertiente: la felicidad. Aaron T. Beck, por su parte, pionero en la terapia cognitiva, nos enseñó también algo primordial: para estar bien con uno mismo es necesario un cierto filtro positivo a la hora de mira hacia fuera… y también hacia dentro.
La aceptación, clave de bienestar personal
Decía Epicteto en su “Manual para la vida” que a menudo las personas nos empeñamos en querer que la vida se ajuste a nuestros deseos. Es un empeño casi infantil, y por imposible capaz de generar una elevada frustración, de ahí que quien fuera el estoico más representativo de su época nos recomendara que aprendiéramos, simplemente, a desear las cosas tal y como son.
El arte de estar bien con uno mismo es por tanto la práctica de la aceptación. Ahora bien, aceptación no es sinónimo de pasividad ni de resignación. El truco, en realidad, es más fácil de lo que parece y requiere que invirtamos nuestros esfuerzos en una serie de logros:
Acepta el lado negativo de las cosas tan pronto como sucedan para tener la oportunidad de tomar el control y generar cambios. Por ejemplo, es esencial que seamos capaces de percibir rápidamente nuestros pensamientos limitantes y negativos antes de que estos consigan dominar nuestra mente y nuestros enfoques por completo.
Acepta lo que eres, acepta tu historia pasada y presente, acepta a esa persona que cada día se refleja en tu espejo con sus virtudes y sus defectos e intenta validarte sin necesidad de esperar a que los demás lo hagan por ti. Estar bien con uno mismo implica saber practicar un tipo de aceptación donde tenemos un control activo sobre nuestros pensamientos. Puede que lo que nos rodee e incluso las personas que forman parte de nuestro contexto más próximo no actúen siempre como deseamos. Sin embargo, nada de eso debe exasperarnos, porque si hay calma en el interior, si hay amor propio y equilibrio, no hay nube que apague el sol que llevamos dentro.
Estar bien con uno mismo, el arte de la apreciación personal
La apreciación personal es un ejercicio tan útil como desconocido. Uno lo puede descubrir con el tiempo, justo cuando percibe que lleva mucho tiempo descuidándose y alberga la sensación de que es casi como ese peón en un tablero de ajedrez, en principio con poco valor y del que nadie se acuerda. Queremos ser la “Dama”, pero para ello es necesario recordar lo que valemos y qué papel jugamos en la partida de la vida. Todo ello lo podemos conseguir mediante una apreciación personal inteligente, es decir sintiéndonos partícipes de cada cosa que hacemos y satisfechos con cada acto que llevamos a cabo. De este modo, y si antes hablábamos de tener un mayor control sobre nuestros pensamientos, ahora es momento de aprender a valorarnos a través de nuestras dinámicas cotidianas.
Veamos algunos ejemplos.
Estar bien con uno mismo implica ser selectos con las personas que elegimos, con aquellas que formarán parte de nuestro viaje.
Estar bien con uno mismo significa también tener sensación de auto-eficacia, apreciarnos a nosotros mismos por nuestros aciertos y pequeños logros cotidianos.
Significa también ser consecuentes con aquello que decimos y hacemos, con aquello que deseamos y aquello que llevamos a cabo.
Asimismo, tampoco podemos descuidar algo importante: estar bien con lo que se es y lo que se tiene se relaciona ante todo con la comodidad. Porque la sensación de libertad y agilidad que apreciamos en algunas personas, incluso a trocitos en nosotros mismos, nace de la falta de peso sobre sus espaldas.
Nada es tan satisfactorio como esa sensación, la de saber que no hay lastres del ayer ni cadenas que otros coloquen a nuestros pies para entorpecer nuestros movimientos y oportunidad de crecimiento. No descuidemos por tanto ese arte de estar bien con uno mismo, una práctica que requiere de gran voluntad y determinación por nuestra parte.
Por Valeria Sabater. Psicóloga y Escritora.
lunes, 1 de enero de 2018
La teoría del espejo: heridas que forman y rompen relaciones
¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que ocurre cuando conectas con otra persona y un tiempo después descubres aspectos que no te terminan de agradar? La teoría del espejo de Jacques Lacan nos ayuda a entender este proceso. De acuerdo con el autor, la construcción de nuestra identidad personal se produce a través de la captación de uno mismo en otros. De esta manera, las relaciones que mantenemos con los demás son reflejos o proyecciones de aspectos de nuestra personalidad que nos gustan o no nos gustan.
¿Qué es la teoría del espejo?
Al igual que hay partes de nuestro cuerpo e imagen que no nos agradan cuando nos miramos al espejo, también hay aspectos de nuestra personalidad que no aceptamos. Encontramos en los demás reflejos que no encajamos, siendo todo este material reprimido por nuestro inconsciente. Es decir, de alguna manera algunos de los rasgos que menos nos gustan de los demás los identificamos en nosotros, aunque sea de manera simbólica. Así, en parte lo que nos desagrada de los demás también nos desagrada de nosotros mismos.
Constantemente estamos proyectando una parte de nosotros. Así, la teoría del espejo es una visión que propone un cambio de enfoque: de tener que protegernos del otro para que no nos haga daño a una visión de la que nazca una pregunta “¿Para qué estoy viviendo esta situación con esta persona y que hay de lo que no soporto en ella en mí?”. Como por lo general no somos capaces de ver nuestras propias sombras e incluso virtudes, la vida nos da el regalo de las relaciones que vivimos para mostrarnos de un modo directo aquello que está en nosotros. El otro sencillamente nos hace de espejo, reflejándonos y dándonos la oportunidad de encontrarnos.
Espejo directo o inverso
La teoría del espejo puede actuar de un modo directo o inverso. Pongamos un ejemplo. Imagina que no soportas el egoísmo de tu pareja o amigo. De un modo directo, puede que estés proyectando esa parte de ti que es egoísta y que rechazas. Si actuase de modo inverso, esta persona te podría estar reflejando lo poco que haces valer tus intereses. Quizá siempre estés pendiente de los demás y antepones a otras personas a ti. De una forma o de otra, te está aportando una información muy valiosa para nuestro conocimiento y evolución.
Lo que no me gusta de ti, lo corrijo en mí.
Puede que pienses que tu jefe es demasiado exigente contigo. Quizá tú también eres muy exigente y perfeccionista contigo mismo y tu jefe no es más que un reflejo de esa exigencia que te autoimpones. En cambio, es posible que seas demasiado tolerante y necesites un poco de rigor en tu vida. Y sabemos que en el equilibrio se encuentra la virtud.
Heridas emocionales
Con un parche no curamos. Cuando nos hacemos una herida primero expresamos nuestro dolor, y cuando estamos en calma procedemos a limpiar la herida y a curarla con las herramientas adecuadas. No la tapamos y nos olvidamos, porque sabemos que así no se curará. Y además, estamos un tiempo controlando la herida hasta que finalmente se cura. Lo mismo ocurre con otro tipo de heridas.
Todos tenemos heridas emocionales. Las heridas emocionales son todas esas emociones, sentimientos, pensamientos y modos de actuar que nacieron en uno o en varios momentos dolorosos de nuestra vida y que no hemos llegado a superar y aceptar.Nos hemos convertido prisioneros de esas emociones manteniéndonos en una cárcel ficticia. Nuestro bienestar pasa por transformar esas emociones y esos modos de pensar en sabiduría y experiencia, de modo que nos sirvan como impulso para superarnos.
Las heridas como reflejo
Cuando nos olvidamos de nuestras heridas, estas acaban formando parte de nuestro inconsciente e influyendo en nuestros pensamientos, estados de ánimo y comportamiento. En nuestro interior empiezan a habitar carencias afectivas que se originaron en nuestra tierna infancia, pero que despiertan y/o se refuerzan cuando no sanamos.
Así, en muchas ocasiones encontramos en nuestra pareja carencias muy similares a las nuestras. Y eso es precisamente lo que provoca la unión. Por ejemplo, dos personas que sufrieron mucho por amor se encuentran y descubren que el amor no es sufrimiento. A esta pareja les ha unido la misma herida. Ambos se hacen de reflejo. Pero hay que ir con cuidado, porque las heridas que unen también pueden separar.
Si cada miembro de la pareja no cura sus heridas, estas tarde o temprano empezarán a deteriorar la relación. Inseguridades, miedos, celos, posesión… Es como si la vida procurase enviarte reflejos que te marcaran el camino por el que avanzar para crecer. Si no los analizas y haces caso a la información que te dan, no evolucionarás -o lo harás más lento- y tus relaciones serán más frágiles. Por ello, los vínculos que mantenemos con los demás, teniendo en cuenta la teoría del espejo, pueden aportarnos una información muy valiosa sobre nosotros y el estado de esas heridas que todavía no hemos integrado en nuestra historia.
Por Joana Pérez
Psicóloga. Desde que exploré el auténtico crecimiento personal, descubrí mi gran propósito de vida: ser promotora del cambio. La valentía y la sencillez son mis otros propósitos de vida. Todos tenemos el poder de transformar nuestras vidas.
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