sábado, 1 de noviembre de 2014

El espíritu del cambio



Saber que para sanar hay que moverse, gritar, patalear, llorar, contactar con el dolor. Saber que la única persona que puede hacer ese trabajo es uno mismo.
Algo se mueve dentro, una necesidad interna de cambio. La necesidad de individuarse, de volverse uno. De despegarse del padre interno, de la madre interna, de los mandatos familiares, de soltarlos. De despegarse de la razón como forma de vida. De empezar a creer. De empezar a crear. De empezar a cambiar la historia. De dejar de hacer predecible la historia. De empezar a escribir la propia historia. De dejar de que otros la escriban por uno.
El espíritu del cambio empieza buscando. Saber que para sanar hay que moverse, gritar, patalear, llorar, contactar con el dolor. Saber que la única persona que puede hacer ese trabajo es uno mismo.
La resistencia, la negación y la crítica son  típicos mecanismos de defensa contra el espíritu de cambio. Hay quienes se escudan en la razón para no contactar con el dolor. Están los que sienten tanto miedo, que pueden llegar a negar cualquier dolencia. Y no faltan los que critican cualquier forma de sanación, incluso antes de haberla probado.
No hay un camino, una escuela o un movimiento, un psicólogo, psiquiatra o un chaman con el que arrancar. Todo puede ayudar.
Maneras de alejarse del verdadero ser, es decir de no contactar con los verdaderos traumas, hay miles, millones. Maquillajes que pintan la cara de felicidad se consiguen por todos lados, aunque no dejan de ser maquillajes.
Si no tengo consciencia de la mala persona que soy, del daño que le hago a los demás, si tengo una desagradable relación con mi familia, con padres y hermanos, la meditación no servirá para nada, una consulta a  la astrología o al tarot, menos.
El espíritu del cambio lleva a desnudarse, enfrentarse con la propia cara sin mascaras, a confrontar con la propia sombra, a soltar el pasado que esta ahí retenido y que no deja crecer.
Las soluciones mágicas no existen, aunque el afuera se puede volver mágico cuando realmente se cambia por dentro

Por Gustavo Levin