jueves, 27 de octubre de 2011

Las dos gotas de aceite en la cuchara

Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía el sabio que buscaba.
»Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que le atendiera.
»El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde.
»Pero quiero pedirte un favor- añadió el sabio entregándole una cucharilla de té en la que dejó caer dos gotas de aceite-. Mientras camines lleva esta cucharilla y cuida de que el aceite no se derrame.
»El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio. ¿Qué tal? -preguntó el sabio-. ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?
»El joven, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.
»Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el Sabio-. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
»Ya más tranquilo, el joven cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto.
»¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? -preguntó el Sabio.
»El joven miró la cuchara y se dio cuenta de que las había derramado.
»Pues éste es el único consejo que puedo darte -le dijo el más Sabio de los Sabios-. El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara”
Autor: Paulo Coelho Extraído de su libro “El alquimista”

sábado, 8 de octubre de 2011

El camino de crecer

El hombre está llamado a ser feliz, a celebrar la vida. El dolor es simplemente una oportunidad para aprender, no una meta en sí misma. En la medida en que evolucionamos nuestra calidad de vida mejora. Quizá cambien nuestras circunstancias exteriores pero lo que produce la verdadera felicidad es el cambio en nuestro corazón, la búsqueda de la verdad, la vivencia de los valores.
La llave de nuestro crecimiento está en aceptar, comprender y amar .
Me atrevería a decir que ese es el secreto de la curación.
Es también el paso más difícil para dar.
Está en nuestra cultura rebelarnos, maldecir y culpar por lo que nos ocurre. El dolor que nos traen nuestras frustraciones, nuestros obstáculos y nuestras pérdidas nos sume en la ira, la impotencia, la necesidad de buscar un culpable, y deja secuelas de miedo, de odio, que son semilla de violencia.
Si pudiéramos aceptar lo que nos ocurre, con sabiduría y paz interior, abrimos el camino de la sanación. Si pudiéramos enfocarnos en nosotros mismos, y no en el otro, comprender los motivos por los cuales nosotros necesitamos experimentar las situaciones que vivimos y por qué los demás actúan como actúan, ya hemos logrado bastante. Si pudiéramos amar nuestra realidad, con su luz y su sombra y verla integralmente, ya que ninguna situación es totalmente dolorosa o totalmente feliz, irradiarla con la luz develadora , sentiremos la fuerza espiritual que hay en nosotros para poder transformarnos.
Sólo allí podremos cambiar verdaderamente.
En el camino de ir develando la información que llevamos inconscientemente, heredada de nuestra madre, abuela, etc. y enriquecida con nuestras experiencias, nos encontramos con el gran interrogante : ¿Cómo podemos cambiar aquellos datos que fueron grabados con amor y buena intención pero que limitan nuestra libertad, que se comprendieron mal, que son equivocados, que no representan la situación que vivimos?
Agradecer, comprender, amar. Es el mismo camino.
No hay recetas para el arte de vivir y no hay recetas para crecer.
Para algunos el secreto está en comprender, eso produce tanto alivio, que se da la curación. En otros casos no ocurre con tanta facilidad.
La intensidad de la carga afectiva y el dolor con el que se vivió influyen en esto. No es lo mismo cambiar un miedo por una situación que se remonta a una experiencia de humillación que un miedo que está relacionado con una experiencia en la que se vio morir a los seres queridos o se sufrieron torturas o matanzas.
Hay experiencias además que son nodales en nuestro plan de vida y experiencias que son más periféricas. Estas últimas aparecen en ciertos momentos esporádicos, quizá sólo una vez en la vida , ante cierto estímulo, y luego si son comprendidas y transformadas, no vuelven a causar daños. Otras , las que son centrales en nosotros, son más difíciles de cambiar, y necesitan mucha más energía, suelen reaparecer más adelante. Son nuestros talones de Aquiles.
Vivenciar la experiencia dolorosa que está grabada en nuestro inconsciente ayuda mucho en este camino. Primero tratar de evocar las circunstancias, la situación en sí y luego imaginarse vivencialmente todo el dolor que sintió aquella persona en ese momento. El doctor Castellá aconsejaba hacerlo hasta que desapareciera el dolor. Tarde o temprano se produce un alivio, es nuestro ser en su totalidad que está comprendiendo. No alcanza con comprender sólo desde la conciencia.
En este proceso de tratar de evocar la escena son muy útiles la literatura, el cine, el teatro. Los griegos con mucha sabiduría presenciaban sus dramas y tragedias y hacían catarsis , se purificaban. Estaban en realidad librándose de la pesada carga de esos miedos y culpas que tanto nos ahogan. En muchas ocasiones una película o una novela nos conmueve y no alcanzamos a comprender por qué, es porque toca fibras muy interiores que nos remiten a algo que pasó que nosotros quizá desconocemos pero que está latente.
Es importante también en esta tarea de vivenciar imaginarse posibles caminos que nuestra ancestra podría haber elegido, para comprender la situación cabalmente y darle a nuestro ser inconsciente la certeza de que aunque parezca que no, siempre hay una salida. Cuando nuestras abuelas, madres, etc. sintieron que eran víctimas del destino, se equivocaron. Ellas hicieron lo mejor que pudieron con lo que sabían pero nosotros hoy desde otra sabiduría podemos comprender y darle otro enfoque.
Este camino es esencialmente personal pero el otro es una referencia constante, mi experiencia siempre le sirve a otros y yo me enriquezco con lo que los otros me dan, me dicen. No estamos solos. Por eso es importante en este camino detenerse a compartir e intercambiar con otros las experiencias que nos ayudaron a crecer, a desbloquearnos, a cambiar.
MARILO LOPEZ GARRIDO

miércoles, 5 de octubre de 2011

LA DEPENDENCIA

El amor no es deseo, no es fijación.
Apasionarse es el exacto opuesto del amor.
Cuando el ojo está limpio, el resultado es la visión. Cuando el corazón está limpio, el resultado es el amor.
Hablamos de lo que el amor no es y llegamos a la conclusión de que no
puede ser dicho lo que el amor es. No se puede decir.
Amar significa, al menos, claridad de percepción y precisión de respuesta. Ver al otro claramente como es. Eso es lo mínimo que puedo pedirle al amor.
El amor es una sensibilidad que te capacita para escuchar todos los
instrumentos, precisamente porque uno despertó más hondamente esa sensibilidad.
Y la armonía se logra cuando juntos estáis disponibles y sensibilizados para escuchar las melodías.
Oír un solo instrumento de la sinfonía del amor es privarse de la
armonía del concierto. Amar es escucharlos todos.
El amor no es una relación. Es un estado del ser. El amor existía
antes que cualquier ser humano. Antes de que existieses, el amor ya existía.
Amar es como oír una sinfonía. Ser sensible a toda esa sinfonía significa tener un corazón sensible a todos y a todo. ¿Puedes imaginar que una
persona oiga una sinfonía y sólo escuche los tambores? ¿Dar tanto valor a los tambores que los otros instrumentos queden casi apagados? Un buen músico, que ama la música, escucharía cada uno de aquellos instrumentos; él puede tener su instrumento favorito, pero los escucha a todos.
Anthony de Mello
¡El amor no es compartir nuestra soledad!